El narciso o narcissus es una flor bulbosa de la familia de las amarilidáceas, cuya floración se produce habitualmente en primavera. Con origen en la zona mediterránea y Asia, es una de las plantas ornamentales más cultivadas tanto en jardines como en macetas para interiores.
Con una altura cercana al medio metro, disponemos de múltiples variedades en diferentes colores.
La mitología griega relaciona su nacimiento con Narciso, un joven de extraordinaria belleza que, al verse reflejado en la superficie de un río, quedó enamorado de su propia imagen; murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En ese mismo lugar, creció esta flor, con varios pétalos planos y la corola en forma de campana, que recibió su nombre.
Aunque es posible reproducirlo a partir de semillas, lo más habitual es la división de los bulbos, de los que crecerán ejemplares idénticos a la ‘madre’. Éstos se plantan durante el otoño, para que sus raíces se fortalezcan antes de que lleguen las bajas temperaturas. Aunque crecen bien en diferentes tipos de suelo, es preferible un sustrato rico en nutrientes, bien drenado y situado al sol, aunque también muestran un buen desarrollo en la sombra parcial. Para que las heladas no lo dañen, es conveniente extender una capa protectora de mantillo en la superficie.

Cuidados muy sencillos
Para que el narciso se mantenga en las mejores condiciones, conviene añadir fertilizante tras la floración. Requiere humedad constante, aunque al regarlo hemos de evitar los encharcamientos, que pueden hacer que el bulbo se pudra. Sus tallos son normalmente muy finos; para evitar que se doblen, es adecuado colocar cañas que les ayuden a mantenerse erguidos.
Narcisos muy sanos
Además de mantener unos cuidados adecuados, para garantizar su salud también hemos de prestar atención a las plagas y enfermedades. Entre las primeras encontramos la mosca del narciso, que ataca al bulbo, ácaros, que hacen que las hojas se pudran, o pulgones, que combatiremos con agua jabonosa o con un insecticida específico.