Puesto que las plantas no pueden moverse, es fundamental que sepan percibir las señales ambientales que indican que ha llegado el momento de florecer. De ésta adaptación depende su éxito reproductivo, ya que no pueden protegerse de las inclemencias del tiempo. Por eso han desarrollado la capacidad de percibir las condiciones externas favorables y controlar de forma muy precisa el momento en que deben «aparecer» las flores.
Los vegetales tienen la capacidad de conocer la longitud de los días y la calidad de la luz muy superior a la de cualquier animal. Y lo consiguen gracias a los fotorreceptores, una dotación de detectores de luz, únicos en las plantas. Además cuentan con un reloj celular que marca periodos de 24 horas y permite que cada célula de la planta se anticipe a los ciclos de luz y oscuridad.
La combinación de éste reloj celular y los fotorreceptores permiten a las plantas detectar con precisión la longitud del día, reconocer el momento del año en que se encuentran y decidir el mejor momento para florecer. La decisión de florecer, una vez tomada, es irreversible y depende de una cascada de reacciones moleculares que activan genes que ponen en marcha el desarrollo de la flor.
Puesto que la decisión de florecer es irreversible, hacerlo antes de tiempo puede hacer peligrar las flores por las heladas, la planta tiene que estar segura de que el invierno ha pasado. De ahí que, paradójicamente, muchas plantas necesiten estar expuestas al frío de forma prolongada antes de florecer. Así que la planta es capaz de notar y «memorizar» que la estación fría ya ha pasado. A este proceso se le conoce como vernalización y es fundamental sobre todo el climas templados, pues permite que la floración se inicie cuando el invierno ha pasado.
Vía: http://www.tuinen.es/
Autor: Héctor Fernández